El segundo capítulo del libro plantea la cuestión de las similitudes y diferencias entre gozo y deseo, y cuestiona la asociación generalmente establecida entre lo primero con un disfrute presente y lo segundo con un disfrute esperado, o futuro.
El argumento de es que hay deseos que son placenteros en si mismo, como la gozosa expectación del niño que espera la llegada de su padre, por lo tanto, placer y deseo tienden a confundirse en una misma cosa.
Piper respalda su razonamiento con base bíblica, para esto cita Fil. 3:1, que habla de gozarse en el Señor (presente) y Ro. 5:2 que hable de gloriarse (disfrute) en la esperanza (o sea que apunta a algo futuro) de la gloria de Dios. Compara además los Salmos 1 y 19 que presentan a la ley de Jehová el uno como disfrutable (“en ella está su delicia”, v. 2) y el otro como deseable (“deseables son más que el oro”, v.10).
Dios, es deseable y disfrutable en forma infinita, por lo que lo estaremos deseando de una forma placentera y disfrutando de él paralelamente por toda la eternidad.
El autor exhorta a no confundir el deseo o el gozo con el objeto deseado y disfrutado. Este lugar corresponde sólo a Dios, quien es más glorificado cuanto más lo deseamos y cuanto más disfrutamos de él.
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