En el capítulo 3 Piper encara el problema de la lucha por el gozo. Hay gustos que son moralmente neutros, como la preferencia de cierto tipo de helado por sobre alguna otra cosa, pero espiritualmente no pasa lo mismo. El no gustar o no preferir a Cristo implica pecado. La esencia de la maldad está en preferir otras cosas antes que a Dios, quien satisface real y plenamente.
Esto es ejemplicado con la tipificación que hace Jeremías respecto al enfriamiento espiritual de Israel, cuando dice que sus habitantes abandonaron a Dios “fuente de agua viva” y cavaron para si “cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).
La urgencia de la situación reside en que, a diferencia de otros tipos de gustos o preferencias que no conllevan mayores consecuencias, nuestra capacidad de gozar de Cristo esta vinculada a nuestro porvenir eterno. Según el autor, de hecho la conversión lleva implícito el acto de gustar con agrado de la gloria de Dios. De todo lo antedicho se desprende la importancia de luchar por este tipo de gozo.
Piper termina analizando la responsabilidad aparentemente paradójica que como hombres tenemos de luchar por un gozo que no depende en principio de nosotros sino que es un don gratuito de Dios, y de su análisis se desprenden tres conclusiones:
Uno, no sólo el gozo sino la propia lucha es un don de Dios; dos, nuestra batalla por el gozo no nos lo garantiza inmediatamente pero nos ubica en el camino por donde el gozo viene, y; tres, nuestra batalla por el gozo es una batalla por discernir la gloria de Cristo.
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