Un tratado sobre el deleite en Dios
John Howe
Traducción y adaptación: Guillermo de la Cruz
Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.Salmos 37:4
PARTE I (Continuación)
MOSTRANDO LA IMPORTANCIA DE ESTE PRECEPTO
Nuestro discurso sobre este tema se dividirá, de manera natural, en dos partes. La primera relativa a la importancia, y la última a la práctica del deleite en Dios, ordenado en el mandamiento.
Para explorar más nítidamente la importancia y el significado del deleite en Dios, será necesario que atendamos; 1) el objeto deleitoso y 2) el deleite en dicho objeto.
1. En cuanto a lo primero, lo que en general es objeto de deseo es algún bien. Aquí se trata del bien principal y mejor, la excelencia más elevada y perfecta, cuya bondad y excelencia, consideradas como residiendo en Dios, nos da una doble noción o perspectiva del objeto sobre el cual este deleite puede ejercerse:
1) Desde una perspectiva absoluta, Dios puede ser considerado en si mismo como el mejor y más excelente Ser en quién el ojo inteligente encuentra la concurrencia de todas las perfecciones, las más agradables y bellas excelencias, de las que pueda tener alguna apreciación.
2) Desde una perspectiva relativa, su bondad y excelencia pueden ser consideradas no sólo como son en si mismas, sino también como teniendo efecto sobre sus criaturas. Porque, considerándolo como el Ser más excelente en sí mismo; si damos aquí libertad a nuestros pensamientos para ejercitarse, pronto hallaremos que el debe ser también necesariamente considerado el primer bien; el bien original y autor de todo otro bien; de otra forma, no sería el bien más excelente.
Además de la relación general que el guarda con todo, como su común Hacedor, Sustentador, y Organizador; observando que hay algunos, que por su naturaleza racional, tienen la capacidad de ser gobernados por él (en el sentido propio, por una ley) y de ser bendecidos en él, con respecto a estos, lo consideramos como sosteniendo una doble relación, de acuerdo a la cual hemos de verlo y actuar hacia él, tanto como el Señor a obedecer y como la porción a disfrutar, y hemos de advertir en él las más excelentes delicias, (lo que requiere que nos comportemos de manera acorde a ellas). Respecto a cada una de estas consideraciones hemos de mirarlo a él; 1) Como el Señor más excelente, más exquisitamente excelente; quien no podemos considerar sino como digno de todo posible honor y gloria; ante quién toda rodilla se doblará y a quien toda lengua confesará, y a quién le será dado homenaje, sujeción y adoración universal por siempre; 2) Como la porción más excelente, en quien todas las cosas que pueden conducir a ello concurren y se encuentran, toda la riqueza y plenitud deseable e imaginable, junto con amplia generosidad y fluida bondad, correspondiente en todos los sentidos a las ansias y deseos de almas indigentes y sedientas, La primera de estas nociones señala nuestra obligación y deber hacia él, la segunda provoca una expectación de beneficio proveniente de él.
Pero ahora, a causa de que por la apostasía hemos lesionado su derecho sobre nosotros como Señor, renunciado a nuestro propio derecho en él como nuestra porción, y perdido nuestra capacidad o disposición inmediata tanto de servirle, como de disfrutar de él, esta gran brecha entre él y nosotros no puede ser superada sino a través de un mediador, para cuyo oficio y empresa su propio Hijo encarnado, la Palabra hecha carne (siendo el único que encajaba), fue designado. Por él, interviniendo entre las dos partes distanciadas, satisfaciendo la justicia de Dios, y subsanando la enemistad del hombre, la distancia (en la medida en que la eficacia de su mediación se extiende) es superada; y, para los reconciliados, Dios vuelve a ser reconocido como Señor y porción. Su derecho es vindicado, el de ellos es restaurado; y ambos son establecidos sobre nuevos fundamentos, agregados a aquellos sobre los que se sostenían anteriormente, de manera que ahora nuestros actos hacia Dios, y nuestras expectativas respecto a él deben ser a través del Mediador. De aquí en más, este objeto de deleite nuestro, considerado desde el punto de vista relativo, con respecto a nosotros, es enteramente Dios en Cristo, siendo reconciliado. Nos gozamos en Dios a través de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la redención.