viernes, 17 de septiembre de 2021

Un tratado sobre el deleite en Dios - John Howe (1)

Un tratado sobre el deleite en Dios

John Howe

Traducción y adaptación: Guillermo de la Cruz

Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Salmos 37:4
 

PARTE I

MOSTRANDO LA IMPORTANCIA DE ESTE PRECEPTO

Capítulo I. 

Significado y aplicación del texto. El Objeto en el cual deleitarse. Acceso a Dios por un mediador. Dios considerado en su Revelación a nosotros, como nuestro Salvador y porción. La suficiencia de esta porción: su comunicabilidad. Deseos del alma no regenerada. Deseos del alma renovada. Naturaleza de la Comunicación con referencia al Mediador. Revelación de Dios al alma. Efectos de su revelación sobre el alma.

Este Salmo, por su contenido, parece dar por supuesto un estado de aflicción de los hombres buenos, por la opresión de los malvados, la prosperidad de esos malvados en su curso opresivo, una tendencia en los oprimidos a impacientarse bajo la maldad que sufren, y una disposición a contemplar con ojo persistente y envidioso las cosas buenas que sus opresor disfrutan y ellos mismos quieren. Por tanto, la exposición presenta una conveniente consideración de estas cuestiones, que resulta útil para el fortalecimiento de los justo contra el pecado y problema al que tal estado de cosas les puede conducir.

El versículo citado destaca especialmente en este sentido, en el caso de hombres honrados sufriendo bajo la opresión de los violentos y malvados, que pueden en ese momento codiciar y envidiar el deleite mundano de sus enemigos, estar deseosos de sus manjares, y quejarse de que deberían ser suyos, saben que aquellos merecen cosas peores, pero en cambio son ellos mismos quienes sufren lo peor, que saben no merecen. 

Lo que aquí se ofrece a la consideración de los sufrientes tiende a calmar adecuadamente su descontento, controlar y refrenar su deseo desordenado hacia las cosas inferiores, o canalizarlo y dirigirlo hacia otro lado. Es como si dijera; "no tiene sentido que mires con displacer o deseo desmesurado sus delicias; tu puedes tener mejores; manjares mejores te pertenecen, y te invitan. El Señor mismo es tu porción. Tanto tu estado como tu espíritu consiste en dedicarte a un santo deleite en él, dejen que sus almas se suelten y pónganlas en libertad para saciarse con esos placeres puros y satisfactorios a los cuales tienen derecho, y en los cuales hallarán abundantemente compensados la perdida y el deseo de sus deleites más mezquinos. Tu tienes deseos y  anhelos naturales, igual que otros hombres, y estos pueden ser demasiado propensos a exceder sus limites y medida justos. Pero si sigues el curso indicado, pronto se volverán sobrios y moderados, satisfechos con lo que es apto, incluso con una concesión indiferente hacia las cosas buenas de esta tierra. En cuanto a tus deseos por el Señor, déjalos ser tan bastos y amplios como sea posible, ellos nunca serán mayores de lo permitido ni de lo que su objeto puede satisfacer; su orientación y exigencia son, de hecho, proporcionales a la plenitud inmensa e ilimitada de tal objeto.

No debemos inquirir demasiado para saber a que tipo de persona va dirigido este mandamiento. Resulta claro que es el deber común de todos deleitarse en Dios. Pero no puede ser el deber inmediato de todos. Los hombres que no conocen a Dios, y son sus enemigos, tienen que hacer algo primero. Aquellos a quienes el precepto se aplica primeramente son los regenerados, (los rectos y justos, como el salmo mismo los designa expresamente), su propia gente.

La manera más provechosa de considerar estas palabras, será, en primer lugar, insistir en el mandamiento dado en la primera parte del versículo y luego mostrar, hacia el final, como aquello  prometido en la última parte tendrá lugar, no sólo en virtud de la promesa, sino incluso naturalmente, 

El mandamiento, en la primera parte, nos da un claro sentido de lo que constituye el placer de Dios; ser él mismo el más grande objeto de deleite de los suyos. Es su voluntad que ellos se deleiten principalmente en él.

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