Toda gloria es gloria de Dios. Él es el único que tiene gloria en sí mismo, cualquier otra cosa existente en la que haya algún rastro de gloria es creación suya y portadora, por lo tanto, de la gloria que él puso en ella. De allí que el mismo acto creador aparece con frecuencia en las escrituras como dando razón de la necesidad de dar gloria a Dios. Una declaración particularmente clara, en este sentido, aparece en el contexto de la escena celestial descrita por Juan en el capítulo 4 de Apocalipsis:
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.
Apocalipsis 4:11
Si la creación refleja gloria y poder, resulta pertinente otorgar el reconocimiento de ello a su creador. Si una obra cualquiera despierta admiración, su hacedor es alabado por el trabajo vertido en ella. Las virtudes de la primera son sólo un reflejo de las cualidades y habilidades del segundo. De la misma manera, las maravillas que podamos encontrar en la creación ponen de manifiesto las excelencias del poder e inteligencia divinas (Romanos 1:20).
Cuando la Biblia afirma, por tanto, la necesidad de dar toda gloria a Dios, no hace otra cosa que promover una actitud acorde a la realidad de las cosas. Cualquier pretensión por parte de las criaturas de atribuirse los méritos correspondientes a la obra del creador o negarle a éste los suyos constituye un desvío de la realidad similar al de quién alucina. Quién asume esta actitud se adentra en un camino de enajenación al final del cual sólo puede haber frustración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario