He considerado larga y arduamente la cuestión de porque la gente vuelve a Dios. Recuerdo una mujer proveniente de Rumania, contándome que había sido criada en un ámbito extremadamente ateo. En su casa no estaba permitido siquiera mencionar el nombre de Dios, por temor a que alguien lo oyera y les negaran el acceso al sistema educativo. Después que ella vino a los Estados Unidos, yo llegue a ser paciente suyo cuando me estaba recuperando de una cirugía en la espalda. Un día, cuando tuve el privilegio de orar con ella, dijo al tiempo que secaba sus lagrimas, “en lo profundo de mi corazón he creído siempre que había un Dios, yo solamente no sabía cono encontrarlo”.
Este sentimiento se repite muchas veces. Más recientemente, tuve el privilegio de reunirme con dos personas muy importantes en un país manifiestamente ateo. Luego de que terminé de orar, uno de ellos dijo: “nunca en mi vida oré, y nunca escuche a nadie más orar. Esta es la primera vez. Gracias por enseñarme a orar.” Resulta obvio que incluso apetitos espirituales que han sido suprimidos toda una vida quedan en evidencia ante una situación en la que existe un cumplimiento posible.
Aunque estoy de acuerdo con que el problema del dolor quizás sea uno de los mayores desafíos a la fe en Dios, me atrevo a sugerir que es el problema del placer el que con mayor frecuencia nos lleva a pensar en cosas espirituales. Sexualidad, lujuria, fama, y emociones momentáneas son en realidad las atracciones más precarias del mundo. El dolor nos obliga a aceptar nuestra finitud. Esto puede ocasionar cinismo, desanimo y fatiga por el sólo hecho de vivir. El dolor nos empuja en busca de un poder superior. Introspección, superstición, rituales y juramentos, pueden todos ellos venir como resultado del dolor. Pero la frustración en el placer es una cosa completamente diferente. Mientras el dolor puede con frecuencia ser visto como un medio hacia un fin superior, el placer es visto como un fin en si mismo. Y cuando el placer ha seguido de largo, puede crecer en el alma de uno un sentimiento de abatimiento que muchas veces puede conducir a la autodestrucción. El dolor puede con frecuencia ser temporario; pero la insatisfacción en el placer da lugar al sentimiento de vacío – no sólo por un momento, sino de por vida. Entonces puede no verse razón para la vida, ni un propósito predeterminado, si ni siquiera el placer trae una realización duradera.
Es por esto que creo que la amalgama de dolor y placer esta en la raíz del dilema humano y en el centro del hambre espiritual.
Parte II
Artículo original disponible en línea en http://www.rzim.org
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