(Post publicado originalmente en agosto de 2009)
Cuando una persona que afirma la existencia de Dios es interrogada respecto a las evidencias en que se apoya para hacerlo, es bastante común que aquella conteste, palabras más o menos, de la siguiente manera: "Creo que Dios existe porque lo experimento y lo siento así en mi vida". Técnicamente, por decirlo así, la respuesta no es mala. El cristianismo, al que me refiero aquí en forma específica, es una fe con un fuerte acento puesto sobre la posibilidad de relación entre el hombre y un Dios personal. No un Dios lejano que controla el mundo desde algún remoto rincón del universo, ni un Dios impersonal plausible de ser concebido como una simple forma de energía, sino un Dios con personalidad, raciocinio y voluntad, que está en constante interacción con sus creaturas. Si se cree en un ser que es todopoderoso y reúne estas características, sería lógico pensar que el mismo tiene la capacidad de darse a conocer en forma fehaciente. No obstante esto, la afirmación de que el hombre pueda en base a sus vivencias al respecto, atestiguar de manera irrebatible la existencia de Dios, es no sólo rechazada de plano por aquellos que son escépticos respecto a estas cuestiones, sino también, con frecuencia minimizada por los apologistas de la cristiandad.
Particularmente pienso que no se debe, ni abusar de esta declaración, ni desecharla con tanta rapidez. La utilización a la ligera de la expresión "creo en Dios porque lo siento en mi vida", o alguna otra equivalente, como una respuesta estándar, prefabricada para echar mano de ella en forma irreflexiva, con el único fin de tener que contestar y zanjar un disputa, genera un halo de cierta hipocresía en torno a nuestra religiosidad, cuando no se condice con la realidad.
Si yo afirmo tener tan estrecha relación con Dios, que mi fe respecto a él es inconmovible, pero mi personalidad y mi conducta no reflejan ninguna diferencia substancial al de cualquier otra persona, en términos de las motivaciones más profundas que guían mis acciones, la razonable conclusión de cualquier observador externo sería que eso que llamo "relación estrecha con Dios" y "fe inconmovible" son estados más vale bastante ordinarios y carentes de un valor verdaderamente relevante.
(Continúa.)
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