En el Evangelio de Dios vemos que el Dios invisible es dado a
conocer al mundo a través del Señor Jesucristo. Aquí tenemos la expresión «a Dios nadie le
ha visto jamás» repetida en la Epístola de Juan. Pero ahora Dios está manifestado al
mundo, no por medio de Cristo, porque Él se ha vuelto al cielo y está ahora a la diestra de
Dios. En lugar de ello, Dios se manifiesta ahora al mundo por medio de los creyentes. ¡Qué
maravilloso que ahora nosotros debamos ser la respuesta de Dios a la necesidad del hombre
de verle! Y cuando nos amamos unos a otros, su amor se ha perfeccionado en nosotros.
Esto significa que el amor de Dios ha conseguido su meta. No hemos sido puestos como
terminales de las bendiciones de Dios, sino como canales de ellas. El amor de Dios nos ha
sido dado, no para que lo acumulemos para nosotros mismos, sino para que sea derramado
por medio de nosotros a otros. Cuando nos amamos unos a otros de esta manera, ello
prueba que permanecemos en él, y él en nosotros y de que somos partícipes de su
Espíritu.
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