como superiores a él mismo..."
Filipenses 2:3
Los hechos relatados a continuación así como los nombres de los protagonistas son ficticios elaborados a mero título ilustrativo. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia ;-)
El colectivero, experimentado participe de este tipo de situaciones, reclinado sobre el volante eleva un poco la cabeza y mirando a Jonatan por el espejo retrovisor le pregunta con cierto tono de instintiva sospecha: -flaco, hasta donde vas?
- eh… Marconi y Año - contesta en forma dubitativa el aludido, como si no estuviera seguro del recorrido que de hecho realiza todos los días.
- Es un peso – sentencia inflexible el conductor al tiempo que digita dicho importe en su teclado, y luego agrega dándole un claro matiz de reprimenda a sus palabras - que barato viajas vos, he…
Independiente de como se resuelva el episodio, quiero llamar la atención brevemente sobre la actitud del colectivero, que encierra, creo yo, todo un patrón de conducta bastante común al genero humano analizado seguidamente en lo que he dado a llamar "
La hipótesis planteada por
Se puede - me dirán - hacer algo bueno, y estar procediendo mal al hacerlo?
Pensemos un momento.
Debemos preguntarnos entonces: - Qué es lo que motiva al colectivero? Es acaso una moral impecable, que le impide soportar la mentira? O un ardiente celo por las ganancias de su empleador, a cuyas arcas irán a parar veinte centavos menos?
Son opciones posibles pero poco probables, máxime cuando tal vez en otra ocasión el mismo colectivero no duda en ignorar la señal de alto que le hacen desde una parada, incluso a veces aunque deba pasar un semáforo en rojo, si así puede completar más deprisa su recorrido o hacerlo con menos gente arriba. Esto hecha por tierra la teoría tanto de la moral impecable como la del celo por la ganancia empresaria.
Se podrán citar más casos en lo que generalmente se diría que una persona está haciendo bien o cumpliendo con su deber pero cuyas motivaciones podrían ser puestas en tela de juicio. Por ejemplo la maestra que al descubrir a un alumno copiando durante un examen le quita la hoja enfadada, le pone un uno y lo reprende delante de todos sus compañeros. Quizás la misma maestra, adhiere en otra ocasión a un paro dejando sin clases a sus alumnos. Todo trabajador tiene derecho a defender sus intereses se podría objetar. Perfecto, pero si dicha docente siente tanto celo por la educación de sus alumnos, que le indigna sobremanera el hecho de que uno de ellos la descuide, se esperaría que la tal sea una docente abnegada que anteponga dicha educación a todo, incluso a su propio bienestar.
Así hallaríamos muchos ejemplos de la vida cotidiana pero detengámonos solamente en un caso más, que me parece particularmente serio. Me refiero a cuando este tipo de actitudes se dan en el seno de la iglesia. Tenemos la tendencia demasiado frecuente los cristianos de andar condenando las acciones ajenas desde un plano de superioridad. Antes de hacerlo deberíamos detenernos a examinarnos a nosotros mismos. A buscar cuales son nuestras motivaciones. Es realmente un amor santo y puro hacia Dios y hacia los hombres, que nos hace estremecer de dolor al ver que este es desobedecido y que estos se apartan en su propio perjuicio? Tiene tal virtuoso celo evidencia en nuestra vida de forma que manifestamos un carácter espiritual santo y pleno, rebosante de gozo y paz, que no puede pasar desapercibido a aquellos que nos rodean?
Si la respuesta no es categóricamente positiva, esto hermanos no procede de Dios. La próxima vez entonces que nos sintamos tentados a evaluar las actitudes ajenas, sentémonos a evaluar primero las propias nuestras. Si la motivación no es verdaderamente el amor no nos queda otra opción que el orgullo hipócrita que Jesús tanto crítico a los líderes religiosos de su época. Es malo en el colectivero, es malo en la maestra, pero es inadmisible (aunque frecuente) en los hijos de Dios.
Preocupémonos antes que nada por examinar nuestra propia vida y cultivar el amor. Si de verás tenemos tanto celo por que la voluntad de Dios sea cumplida, no hay mejor espacio geográfico para comenzar que la baldosa sobre la que uno mismo está parado.
1 1 Corintios 13:3
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