lunes, 24 de enero de 2022

El "para qué" de todo lo creado

Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. 
Romanos 11:36

Este texto en apariencia tan simple y al que no siempre se le presta la debida atemción resume la respuesta a las preguntas más profundas a que el alma humana puede dar cabida. Su contenido presenta, en efecto, la guía que lleva a comprender cual es sentido de la vida humana y, de hecho, de todo aquello existe.

En primer lugar, el texto da por sentado que la vida tiene un sentido. Al mencionar un "para qué", el escritor indica que todo lo creado, entre lo que se halla el hombre, fue creado con una intención. Este es un mensaje de aliento. Asume que la existencia no es producto del azar sino que responde a propositos determinados y específicos. La lugubre idea de que la vida no tiene sentido aparece, por tanto, descartada desde la perspectiva bíblica.

En segundo lugar, nos dice que este propósito o "para qué" no se encuentra situado en el hombre mismo ni en ninguna otra cosa creada sino en Dios. De manera habitual el hombre tiende a pensarse a si mismo como el centro su vida. Todos sus proyectos y acciones se orientan en el sentido que corresponde al hecho de considerarse a si mismo como el mayor interesado en sus efectos y resultados. La Biblia postula una idea distinta a esta, ubicando en Dios la razón para la cual existe todo lo existente. Desde esta perspectiva todo proyecto o acción humana debiera orientarse en el sentido que corresponde al hecho de considerar a Dios como el mayor interesado en lo que sucede a lo largo de su desarrollo.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Deleitarse en Dios - La importancia del precepto (2)

Un tratado sobre el deleite en Dios

John Howe

Traducción y adaptación: Guillermo de la Cruz

Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Salmos 37:4

PARTE I (Continuación)

MOSTRANDO LA IMPORTANCIA DE ESTE PRECEPTO

Nuestro discurso sobre este tema se dividirá, de manera natural, en dos partes. La primera relativa a la importancia, y la última a la práctica del deleite en Dios, ordenado en el mandamiento. 

Para explorar más nítidamente la importancia y el significado del deleite en Dios, será necesario que atendamos; 1) el objeto deleitoso y 2) el deleite en dicho objeto.

1. En cuanto a lo primero, lo que en general es objeto de deseo es algún bien. Aquí se trata del bien principal y mejor, la excelencia más elevada y perfecta, cuya bondad y excelencia, consideradas como residiendo en Dios, nos da una doble noción o perspectiva del objeto sobre el cual este deleite puede ejercerse:

1) Desde una perspectiva absoluta, Dios puede ser considerado en si mismo como el mejor y más excelente Ser en quién el ojo inteligente encuentra la concurrencia de todas las perfecciones, las más agradables y bellas excelencias, de las que pueda tener alguna apreciación. 

2) Desde una perspectiva relativa, su bondad y excelencia pueden ser consideradas no sólo como son en si mismas, sino también como teniendo efecto sobre sus criaturas. Porque, considerándolo como el Ser más excelente en sí mismo; si damos aquí libertad a nuestros pensamientos para ejercitarse, pronto hallaremos que el debe ser también necesariamente considerado el primer bien; el bien original y autor de todo otro bien; de otra forma, no sería el bien más excelente.

Además de la relación general que el guarda con todo, como su común Hacedor, Sustentador, y Organizador; observando que hay algunos, que por su naturaleza racional, tienen la capacidad de ser gobernados por él (en el sentido propio, por una ley) y de ser bendecidos en él, con respecto a estos, lo consideramos como sosteniendo una doble relación, de acuerdo a la cual hemos de verlo y actuar hacia él, tanto como el Señor a obedecer y como la porción a disfrutar, y hemos de advertir en él las más excelentes delicias, (lo que requiere que nos comportemos de manera acorde a ellas). Respecto a cada una de estas consideraciones hemos de mirarlo a él; 1) Como el Señor más excelente, más exquisitamente excelente; quien no podemos considerar sino como digno de todo posible honor y gloria; ante quién toda rodilla se doblará y a quien toda lengua confesará, y a quién le será dado homenaje, sujeción y adoración universal por siempre; 2) Como la porción más excelente, en quien todas las cosas que pueden conducir a ello concurren y se encuentran, toda la riqueza y plenitud deseable e imaginable, junto con amplia generosidad y fluida bondad, correspondiente en todos los sentidos a las ansias y deseos de almas indigentes y sedientas, La primera de estas nociones señala nuestra obligación y deber hacia él, la segunda provoca una expectación de beneficio proveniente de él.

Pero ahora, a causa de que por la apostasía hemos lesionado su derecho sobre nosotros como Señor, renunciado a nuestro propio derecho en él como nuestra porción, y perdido nuestra capacidad o disposición inmediata tanto de servirle, como de disfrutar de él, esta gran brecha entre él y nosotros no puede ser superada sino a través de un mediador, para cuyo oficio y empresa su propio Hijo encarnado, la Palabra hecha carne (siendo el único que encajaba), fue designado. Por él, interviniendo entre las dos partes distanciadas, satisfaciendo la justicia de Dios, y subsanando la enemistad del hombre, la distancia (en la medida en que la eficacia de su mediación se extiende) es superada; y, para los reconciliados, Dios vuelve a ser reconocido como Señor y porción. Su derecho es vindicado, el de ellos es restaurado; y ambos son establecidos sobre nuevos fundamentos, agregados a aquellos sobre los que se sostenían anteriormente, de manera que ahora nuestros actos hacia Dios, y nuestras expectativas respecto a él deben ser a través del Mediador. De aquí en más, este objeto de deleite nuestro, considerado desde el punto de vista relativo, con respecto a nosotros, es enteramente Dios en Cristo, siendo reconciliado. Nos gozamos en Dios a través de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la redención.  

viernes, 17 de septiembre de 2021

Un tratado sobre el deleite en Dios - John Howe (1)

Un tratado sobre el deleite en Dios

John Howe

Traducción y adaptación: Guillermo de la Cruz

Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Salmos 37:4
 

PARTE I

MOSTRANDO LA IMPORTANCIA DE ESTE PRECEPTO

Capítulo I. 

Significado y aplicación del texto. El Objeto en el cual deleitarse. Acceso a Dios por un mediador. Dios considerado en su Revelación a nosotros, como nuestro Salvador y porción. La suficiencia de esta porción: su comunicabilidad. Deseos del alma no regenerada. Deseos del alma renovada. Naturaleza de la Comunicación con referencia al Mediador. Revelación de Dios al alma. Efectos de su revelación sobre el alma.

Este Salmo, por su contenido, parece dar por supuesto un estado de aflicción de los hombres buenos, por la opresión de los malvados, la prosperidad de esos malvados en su curso opresivo, una tendencia en los oprimidos a impacientarse bajo la maldad que sufren, y una disposición a contemplar con ojo persistente y envidioso las cosas buenas que sus opresor disfrutan y ellos mismos quieren. Por tanto, la exposición presenta una conveniente consideración de estas cuestiones, que resulta útil para el fortalecimiento de los justo contra el pecado y problema al que tal estado de cosas les puede conducir.

El versículo citado destaca especialmente en este sentido, en el caso de hombres honrados sufriendo bajo la opresión de los violentos y malvados, que pueden en ese momento codiciar y envidiar el deleite mundano de sus enemigos, estar deseosos de sus manjares, y quejarse de que deberían ser suyos, saben que aquellos merecen cosas peores, pero en cambio son ellos mismos quienes sufren lo peor, que saben no merecen. 

Lo que aquí se ofrece a la consideración de los sufrientes tiende a calmar adecuadamente su descontento, controlar y refrenar su deseo desordenado hacia las cosas inferiores, o canalizarlo y dirigirlo hacia otro lado. Es como si dijera; "no tiene sentido que mires con displacer o deseo desmesurado sus delicias; tu puedes tener mejores; manjares mejores te pertenecen, y te invitan. El Señor mismo es tu porción. Tanto tu estado como tu espíritu consiste en dedicarte a un santo deleite en él, dejen que sus almas se suelten y pónganlas en libertad para saciarse con esos placeres puros y satisfactorios a los cuales tienen derecho, y en los cuales hallarán abundantemente compensados la perdida y el deseo de sus deleites más mezquinos. Tu tienes deseos y  anhelos naturales, igual que otros hombres, y estos pueden ser demasiado propensos a exceder sus limites y medida justos. Pero si sigues el curso indicado, pronto se volverán sobrios y moderados, satisfechos con lo que es apto, incluso con una concesión indiferente hacia las cosas buenas de esta tierra. En cuanto a tus deseos por el Señor, déjalos ser tan bastos y amplios como sea posible, ellos nunca serán mayores de lo permitido ni de lo que su objeto puede satisfacer; su orientación y exigencia son, de hecho, proporcionales a la plenitud inmensa e ilimitada de tal objeto.

No debemos inquirir demasiado para saber a que tipo de persona va dirigido este mandamiento. Resulta claro que es el deber común de todos deleitarse en Dios. Pero no puede ser el deber inmediato de todos. Los hombres que no conocen a Dios, y son sus enemigos, tienen que hacer algo primero. Aquellos a quienes el precepto se aplica primeramente son los regenerados, (los rectos y justos, como el salmo mismo los designa expresamente), su propia gente.

La manera más provechosa de considerar estas palabras, será, en primer lugar, insistir en el mandamiento dado en la primera parte del versículo y luego mostrar, hacia el final, como aquello  prometido en la última parte tendrá lugar, no sólo en virtud de la promesa, sino incluso naturalmente, 

El mandamiento, en la primera parte, nos da un claro sentido de lo que constituye el placer de Dios; ser él mismo el más grande objeto de deleite de los suyos. Es su voluntad que ellos se deleiten principalmente en él.

viernes, 27 de agosto de 2021

Study your Bible believingly (1) - R.A. Torrey

Taken from How to succeed in the Christian life by Torrey, R. A.

For this cause also thank we God without ceasing, because, when ye received the word of God which ye heard of us, ye received it not as the word of men, but as it is in truth, the word of God, which effectually worketh also in you that believe.

1Th 2:13

The Bible ought then to be studied as no other book is. It should be studied as the Word of God. This involves five things:

(I) A greater eagerness and more careful and candid study to find out just what it teaches than is bestowed upon all other books. It is important to know the mind of man. It is absolutely essential to know the mind of God. The place to discover the mind of God is the Bible. This is the book in which God reveals His mind.

(II) A prompt and unquestioning acceptance of, and submission to its teachings when definitely ascertained.

If this book is the Word of God, how foolish it is to submit its teachings to the criticism of our finite reasoning. A httle boy who discredits his wise father's statements simply because to his infant mind they appear unreasonable, is not a philosopher, but a fool. But the greatest of human thinkers is only an infant compared with the infinite God. And to discredit God's statements found in His Word because they appear unreasonable to our infantile minds is not to act the part of the philosopher, but the part of a fool. When we are once satisfied that the Bible is the Word of God, its clear teachings must be for us the end of all controversy and discussion.

(III) Absolute reliance upon all its promises in all their length and breadth and depth and height.



(Continúa)