Es una tragedia que el mucho pensar se haya asociado con corazones fríos. Esta no ha sido la experiencia de los más grandes estudiosos cristianos. Deleite y estudio han ido mano a mano.
Casi todo lo que se presenta en las publicaciones y en la vida de la iglesia hoy comunica que el fuego en el interior no viene por la doctrina y el pensamiento, sino por cosas rápidas, historias accesibles, libros de devocionales ligeros y música. C. S. Lewis tuvo una experiencia totalmente diferente, y la mía es igual a la de él.
La mayor parte de los ricos y dulces frutos de la doctrina cristiana son antiguos. Agustín, Juan Calvino, Martín Lutero, los puritanos, Jonathan Edwards, Charles Hodge. Lea los libros antiguos. Es un gran error pensar que los grandes libros de antaño son muy difíciles de entender.
... Dios ha designado que seamos ayudados en nuestra comprensión y disfrute de las Escrituras por maestros humanos, vivos y muertos. De manera clara Él ha ordenado que existan maestros que sean "[aptos] para enseñar" (1 Ti. 3:2). Lo que ellos enseñan es la Palabra de Dios. Por lo tanto Dios quiere que leamos, memoricemos y meditemos en la Palabra de Dios si tenemos acceso a ella. Pero Él también desea que seamos enseñados por fieles ancianos o pastores. Algunos de ellos escriben sus enseñanzas. Es por eso que tenemos libros.
Las palabras y los caminos de Dios morarán en usted más poderosa y profundamente si se entrega a una lectura responsable de los grandes libros que están saturados con las Escrituras.
Póngase en contacto con personas saturadas con la Biblia, tanto los vivos como los muertos.
Una de mis primeras preguntas al tratar con creyentes sin gozo es: "¿ Está usted en un grupo pequeño de creyentes que se interesan los unos en los otros y oran los unos por los otros y se consideran unos a otros para estimularse al amor?" Generalmente responden que no.
... es posible ser miembro de una iglesia -es decir, tener su nombre en el listado oficial- y no estar relacionado con otros creyentes de modo que se alienten a la vida espiritual, al gozo y a la obediencia.
Esta historia me liberó cuando tenía unos veinte años de la tonta idea de que la gran teología y la profunda doctrina preservaban a una persona de llorar por el gozo. Desde aquel momento he rechazado la idea de que el esfuerzo riguroso para conocer más de Dios debe hacer que uno sienta menos de Dios.
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