sábado, 6 de noviembre de 2010

De deseos pasajeros y deseantes eternos

Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
1Jn 2:17

Juan parece estar dando aquí la justificación a lo dicho en el versículo anterior. No amen al mundo ni sus cosas, porque estas cosas no provienen del Padre sino, justamente, del mundo. Esto es el poque no amar esas cosas. Y la justificación que respalda y amplia lo anterior es "y el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre".

La justificación a la advertencia de no amar al mundo y a las cosas del mundo pareciera estar relacionada entonces a la temporalidad de estas cosas frente a la eternidad del que hace la voluntad de Dios.

Un primer punto que me llama la atención en todo esto es que el mundo pasa y sus deseos. Los deseos que muchas veces se perciben como inexorables, irresistibles, experimentados incluso con frecuencia como apremiantes necesidades, son presentados por el escritor sagrado como temporales, como deseos que pasan.

Es una afirmación atrevida. El mundo pasa y sus deseos. Este amor, este deseo tan grande que siento por algo del mundo es algo que va a pasar, lo voy a dejar de sentir y voy a amar en su lugar tal vez otra cosa. Si esto es así, quizás no debiera preocuparme tanto u otorgarle tanta importancia a un sentimiento que en definitiva es pasajero.

Sin embargo lo que más llama mi atención en este pasaje es la contraposición entre estas cosas temporales y el que hace la voluntad de Dios, que permanece para siempre. No se contraponen aquí estas cosas que provienen del mundo a otras cosas provenientes de Dios (que bien podría hacerse) sino que el contraste es hecho con respecto a la persona misma susceptible de sentir deseo. Como si esta perteneciera a un estatus superior a aquellas cosas. Como si estas no fueran dignas de aquel. O sea, no es simplemente una persona eligiendo entre dos grupos de cosas, de los cuales uno es mejor que otro, sino que la persona misma, que hace la voluntad de Dios, es lo que se presenta como mejor que cierto tipo de cosas.

Me recuerda al pasaje de Hebreos 11, aquellos siervos de Dios que despreciaron comodidades u oportunidades terrenales inmediatas por tener la vista puesta en las cosas eternas, de los cuales el mundo no era digno (Heb. 11:38). Puede llegar a ser un planteamiento interesante a hacernos la próxima vez que tropecemos en nuestro andar rutinario ante la necesidad de elegir si satisfacer o no aquellos deseos que nuestro entorno social nos presenta como naturales e incluso como necesidades.

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