domingo, 7 de febrero de 2010

Un yanqui en la corte del Rey Arturo y un cristiano en el mundo de hoy (I)

En Un yanqui en la corte del Rey Arturo Mark Twain invierte varias carillas en relatar la discusión habida entre el protagonista, proveniente de la Connecticut del siglo XIX, y una serie de trabajadores medievales. El primero intenta desesperada e infructuosamente hacer entender a sus interlocutores que el salario por ellos recibidos no es en realidad superior al pagado por el mismo trabajo en la otra parte del país, como aparenta, ya que por efecto de la inflación, ellos pueden adquirir menos productos con lo que ganan.

El escritor describe con la precisión de quien ha estado en similar posición, la forma en que el Yanqui se exaspera progresivamente a medida que sus cada vez más esforzadamente simplificadas explicaciones son rechazadas una a una por sus tozudos oponentes, quienes encima parecen asumir una postura de superioridad o condescendencia hacia aquel extranjero tan confundido, según el parecer de ellos, sobre cuestiones tan claras.

Debo decir, antes de continuar, que varias veces me he sentido identificado con este relato, por lo que al escribir lo que sigue, me sitúo yo mismo como particular destinatario de la crítica que contiene.

Creo que existe una notoria tendencia en nosotros (incluyendo en este nosotros a los seres humanos en general), a veces en forma más pronunciada, a veces menos (admiro esto último), de sentirnos ofendidos cuando otros ponen en duda nuestras afirmaciones o expresan opiniones o posturas que entran en contradicción con las propias. Sentimos la necesidad de que el otro nos de la razón y se reconozca equivocado, y nos enojamos si no ocurre así.

Pablo, en una de sus cartas, dando a Timoteo algunas instrucciones y consejos finales, vierte algunas palabras respecto a la forma en que debe afrontar el siervo del Señor este tipo de situaciones, y en la descripción que hace de la actitud apropiada, destaca la paciencia que debe manifestar quien intenta corregir a otro.

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad...(2 Ti 2:24 y 25)

Es de destacar que contrariamente a lo que habitualmente ocurre, el apóstol parece otorgar mayor importancia a la necesidad de que el siervo del Señor se mantenga calmo y amable, antes que al hecho de que convenza al otro. Esto último se presenta incluso como algo más vale contingente desde un punto de vista humano, ajeno en parte a nuestro control e independiente de nuestra capacidad.

Puede llegar a parecer una cuestión accesoria pero creo que encierra en realidad una profunda concepción referente al carácter que debiera manifestarse en quien pretende seguir a Cristo, desde el punto de vista de las relaciones interpersonales.

(Continúa...)

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