El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Entonces llamó aparte al novio –Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando han bebido mucho, el inferior; sin embargo, tú has reservado el buen vino hasta ahora.
Juan 2: 9 y 10
Con frecuencia tenemos la tendencia a pensar la obediencia a Dios más como un deber que como un privilegio o un motivo de disfrute. Existe muchas veces la idea más o o menos consciente, más o menos inconsciente, de que vivir sin someternos al imperio de las escrituras es en realidad más satisfactorio en términos de goce o de deleite, que vivir de acuerdo a estas.
Lo que Jesús hizo a nivel físico en el primer milagro de que tenemos registro es de alguna manera ilustrativo de lo que él tiene potestad para hacer, a cualquier nivel, en la vida de las personas, y desmiente el prejuicio enunciado en el párrafo anterior.
Dios es el creador de todo y el dueño y fuente de toda perfección. Además posee sabiduría infinita. Es imposible que cualquier cosa, de cualquier índole, sea mejor siendo hecha de una manera diferente a la que él planeo o ejecuta. El vino producido milagrosamente por Jesús fue notablemente superior al vino fabricado por sus contemporáneos. El encargado del banquete, de paladar entrenado y entendido en la cuestión, no pudo dejar de llamar la atención sobre la sobresaliente exquisitez del producto.
Creo que de este episodio se desprende un concepto que va más allá de la simple ilustración poética, para convertirse en una verdad solida: lo que Dios hace, lo que se hace siguiendo su guía y su dirección, es siempre mejor, más disfrutable, más noble, más exquisito. Lo que Dios produce, es siempre superior.
martes, 29 de marzo de 2011
El buen vino

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Guille
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lunes, 28 de marzo de 2011
Evadiendo la exaltación
Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte él solo. Juan 6:15
La tendencia en mi como hombre es marcadamente diferente. Si existe la posibilidad de acceder a alguna posición bien vista por los demás en cualquier esfera de actividad social en la que me desenvuelva, siento la inclinación a afanarme por conseguirla, al punto de estar sumamente ansioso al respecto y de centrar gran parte de mis pensamientos en ello, convirtiéndolo en el centro de mis preocupaciones. Cuando la consecución de ese objetivo, por otra parte se retarda, o se malogra por completo tiendo a sentirme frustrado y decepcionado.
Señor, enseñame a ser como Jesús. Mi objetivo tiene que ser ceñirme a tu voluntad y descansar en ella, y no el buscar posiciones de relevancia o exaltación a nivel social que no estén en tus planes. moldeá mi mente y mi corazón para que piense y sienta de acuerdo a esto. En el nombre de tu Hijo, amén.

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Guille
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lunes, 6 de diciembre de 2010
Lecturas inspiradoras: Agustín de Hipona, Confesiones.
En el libro 2 de esta obra Agustín hace referencia a lo atractivo de todo lo que es hermoso, y a como por alcanzar esto el hombre se permite el pecado. Afirma sin embargo, dirigiéndose al Señor, lo siguiente; “para conseguir estas cosas no es indispensable separarse de ti ni violar tus
leyes.”
Este concepto me resulta motivador. Entender la espiritualidad como la aceptación resignada de una vida en un nivel de disfrute menor al que se podría obtener de otra forma, me parece no sólo errónea sino también nociva para un desarrollo espiritual sano.
Si las escrituras hablan de negación y mortificación lo hacen con respecto al “yo” y a la carne, es decir, simplificando mucho, en relación al impulso de vivir como entes independientes de Dios, propio de nuestra naturaleza caída; pero esto en ninguna forma significa que no podamos, o incluso debamos, encontrar placer en Dios.
Pablo combate la exaltación de una abstinencia exagerada al explicar a Timoteo que “todo lo que Dios creó es bueno y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias” (1° Tim, 4:4).
En las escrituras en general, y particularmente en los salmos, es común por otra parte encontrar frecuentes referencias al profundo placer que el alma puede llegar a experimentar en la intimidad de su comunión con Dios. Los ejemplos son abundantes, pero unas pocas citas del salmo 16 bastan para ilustrar el punto:
Alma mía, dijiste a Jehová:
“Tú eres mi Señor;
no hay para mí bien fuera de ti”.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
tú aseguras mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos
y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Me mostrarás la senda de la vida;
en tu presencia hay plenitud de gozo,
delicias a tu diestra para siempre.
Me doy cuenta que si tiendo a percibir la vida espiritual como una sucesión sistemática e ininterrumpida de negaciones sin ninguna compensación a la vista, cosecho realmente pocos frutos, pero si entiendo la relación con Dios como una fuente de deleites que reemplazan y superan a los que independientemente de Él puedo obtener, las perspectivas son mucho mejores.
leyes.”
Este concepto me resulta motivador. Entender la espiritualidad como la aceptación resignada de una vida en un nivel de disfrute menor al que se podría obtener de otra forma, me parece no sólo errónea sino también nociva para un desarrollo espiritual sano.
Si las escrituras hablan de negación y mortificación lo hacen con respecto al “yo” y a la carne, es decir, simplificando mucho, en relación al impulso de vivir como entes independientes de Dios, propio de nuestra naturaleza caída; pero esto en ninguna forma significa que no podamos, o incluso debamos, encontrar placer en Dios.
Pablo combate la exaltación de una abstinencia exagerada al explicar a Timoteo que “todo lo que Dios creó es bueno y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias” (1° Tim, 4:4).
En las escrituras en general, y particularmente en los salmos, es común por otra parte encontrar frecuentes referencias al profundo placer que el alma puede llegar a experimentar en la intimidad de su comunión con Dios. Los ejemplos son abundantes, pero unas pocas citas del salmo 16 bastan para ilustrar el punto:
Alma mía, dijiste a Jehová:
“Tú eres mi Señor;
no hay para mí bien fuera de ti”.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
tú aseguras mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos
y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Me mostrarás la senda de la vida;
en tu presencia hay plenitud de gozo,
delicias a tu diestra para siempre.
Me doy cuenta que si tiendo a percibir la vida espiritual como una sucesión sistemática e ininterrumpida de negaciones sin ninguna compensación a la vista, cosecho realmente pocos frutos, pero si entiendo la relación con Dios como una fuente de deleites que reemplazan y superan a los que independientemente de Él puedo obtener, las perspectivas son mucho mejores.
lunes, 29 de noviembre de 2010
Amar sin motivo II
No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos,
sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto.
Deu. 7:7 y 8
Queda manifiesta la capacidad de Dios para amar más allá de los atributos favorables o no que pueda tener el objeto de su amor. Que diferencia a la tendencia que yo como hombre manifiesto! Nos hemos acostumbrado tanto que hasta consideramos natural amar más a aquellos que reunen ciertas características tenidas como valiosas dentro del imaginario social.
sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto.
Deu. 7:7 y 8
Queda manifiesta la capacidad de Dios para amar más allá de los atributos favorables o no que pueda tener el objeto de su amor. Que diferencia a la tendencia que yo como hombre manifiesto! Nos hemos acostumbrado tanto que hasta consideramos natural amar más a aquellos que reunen ciertas características tenidas como valiosas dentro del imaginario social.
Ante Dios por el contrario no tengo que demostrar nada. Ante la sociedad puedo sentir la necesidad de fingir para mostrarme de cierta manera que se considere aceptable y agradable, con Dios esto no es necesario. Con él no preciso luchar para ser aceptado, no debo escalar posiciones o tener una personalidad llamativa para que el me valore.
Este pensamiento es liberador, puedo descansar en que siendo quien soy y como soy Dios me ama. De alguna manera que supongo el cerebro humano no es capaz de asimilar en su totalidad el Ser divino y eterno experimenta hacia mi el más agradable sentimiento que el humano conoce, en su forma más depurada.
Encuentro esta idea a través de la escritura tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. A lo largo de los siglos el Dios que está por encima del tiempo sigue amando a sus criaturas de la misma manera. Entiendo que las palabras dichas a los hombres de Israel encierran cierta concepción relativa al carácter divino, que puedo aplicar a mi mismo; Dios me ama con independencia de los atributos a los que como humanos asignamos valor.
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