jueves, 15 de abril de 2010

Un yanqui en la corte del Rey Arturo y un cristiano en el mundo de hoy (IV)

"Había sido un planteamiento demoledor.
Pero, caray, no demolió nada."
Mark Twain, Un yanqui en la corte del Rey Arturo.


Que alguien sea convencido de que una afirmación o concepto dado es correcto no suele depender, o al menos no de manera exclusiva, de lo racional o valido que el concepto sea, o de la claridad con que la idea sustentada por este sea explicada.

En el proceso de aceptación o rechazo de una premisa dada entran en juego toda una serie de representaciones, creencias y opiniones propias del interior del sujeto, de las cuales una gran proporción no responde a preceptos lógicos o racionales.

La existencia de este componente irracional de la percepción humana ha sido postulada muchas veces por diversos representantes de las teorías de la comunicación, al estudiar estos la conformación de la opinión pública. Este grupo cubre un espectro de opiniones que va desde aquellos que como Lippman1 le otorgan una papel decisivo, hasta quienes mantienen posturas más moderadas, pero teniendo en cuenta aún su existencia.

La retórica aristotélica, obra sobre la que se sigue trabajando en diversos campos pese a su antigüedad, es otro ejemplo que atestigua contra la idea de que para que una afirmación se imponga o sea aceptada debe necesariamente ser racional.

El filósofo planteaba como base a partir de la cual construir un discurso, la existencia de "tropos", refiriéndose con este término a temas sobre los que el público ya tiene una opinión formada. El orador debía comenzar a construir sus premisas a parir de estos tropos sin entrar en cuestionamientos acerca de su verdad o racionalidad.

A la luz de estos conceptos, las admoniciones de Pablo respecto a la forma de conducirse con quienes manifiestan opiniones discordantes con las propias, cobran un inminente valor práctico. Si el convencimiento del otro no depende en forma determinante de la lógica, una actitud adecuada, paciente y amigable, probablemente sume más al propósito de ganar su favor que la más racional de las explicaciones. Especialmente si esta es presentada en forma airada o de ataque al otro, lo que suele crear barreras antes que abrir vías de entendimiento.



1 Dice Young en referencia a la posición de Lippman: “Por otro lado, resulta difícil informar al público, debido al peso tremendo que los valores irracionales tienen en nuestra vida. Walter Lippmann percibió este problema en su clásica obra Public Opinion (1922), e hizo un enérgico llamado al experto, como indispen­sable para el funcionamiento de una opinión pública sana. Con todo, unos pocos años más tarde, en su libro Phantom Public (1925), se había vuelto escéptico en cuanto a sus puntos de vista anteriores, y se mostraba más inclinado a creer que el público es, en el mejor de los casos, un espectador amorfo que con­templa la lucha entre los grupos de intereses especia­les, los cuales no sólo determinan los problemas, sino que también controlan casi a voluntad el proceso de formación de la opinión.” Y anteriormente, resumiendo el punto de vista del grupo de investigadores al que él mismo pertenece afirma que “la opinión pública es el resultado de factores tanto racionales como irracionales.” Young, K y otros (1999). La opinión pública y la propaganda. Paidós, México, Cap. “Opinión Pública” http://www.nombrefalso.com.ar/hacepdf.php?pag=78&pdf=si

2 comentarios:

Isa dijo...

¡Muy bien dicho!...¡porque así es!
Saludos.

Guille dijo...

Gracias Isa! Un abrazo :)